La oferta en estilos, colores, formas y capacidad de embotellado del vino resulta casi infinita. Por un lado, se presupone un claro recurso estético, con el fin de atraer la atención del consumidor, sin embargo la funcionalidad, como por ejemplo los envases oscuros, previenen de la oxidación que provoca la incidencia de la luz.

El tamaño de la botella juega un papel relevante en la evolución del contenido, ya que los envases de un volumen elevado (la mágnum 1,5 litros, como mejor ejemplo), con el doble de capacidad que la botella estándar, de 75 centilitros, resultan ideales para la conservación del vino (existe la misma proporción de aire que queda entre el corcho y el líquido, para el doble de volumen). Esto permite ralentizar su evolución, amortiguando los cambios de temperatura y prolongando el envejecimiento de los vinos de guarda.

Al igual que con los tipos de copas, hay infinidad de denominaciones para los estilos de botellas, a saber: bordelesa, bordelesa seducción, bordelesa prestigio, borgoña expresión, rhin alta, rhin baja, euro, futura …, Si nos atenemos a las variantes cromáticas, éstas oscilarán entre el blanco, el verde esmeralda, verde, azul, negro ibérico y topacio, y con infinidad de modelos en sus bocas.

El tamaño sí importa, como proclama el título. En el caso del champagne, encontramos una diversidad sorprendente de tamaños de botellas.  En el mundo del vino se manejan términos como cuarto, 18,7 cl; media botella, 37,5 cl; botella, 75 cl; mágnum, 1,5 l.; Jeroboam, 3 l.; Matusalén, 6 l.; Salmanasar, 9 l.; Baltasar, 12 l., y Nabuconodosr, 15 litros.

Como puede observarse en el gráfico del reportaje, a partir de los 15 litros tendremos un arco hasta los 30 litros con nombres de los más variopintos: Melchior, 18 litros; Salomón, 20 litros; Primat, 27 litros, y la cúspide, Melchizédec con esos 30 litros de esencia de la vid.

En cuanto a la denominación de cada una de ellas, observarán los lectores que dominan los nombres bíblicos y es que se dice que los franceses buscaban asociar el vino con el glamour. Como anécdota, y al margen de los estándares al uso, cabe resaltar que la botella de vino más grande del mundo corresponde a un vino de la productora china Wan Chen: 1.850 litros y se asevera que el vino que contiene es de una calidad excelente.

En un alarde de técnica, la botella es corregida de imperfecciones con la vaporización partiendo de óxidos metálicos y es recubierta con una película protectora de polietileno, para ser envueltas sobre palés, con un gran plástico, que protegerá los recipientes hasta el momento de su embotellado en las bodegas.

Los franceses fueron los creadores de la botella mítica, «bordelaise», que la utilizaron para exportar sus claretes a partir de 1707. Otra curiosidad: con la llegada del corcho, quedarían atrás los primeros tapones de cristal, ajustados a la botella con aceite y polvo de esmerilar.

También serían erradicados los de madera, algo más flexibles, dando paso a los tapones procedentes del alcornoque, asegurando así con garantías la conservación del contenido, sin perder las propiedades y personalidad que le hacen único respecto a las demás elaboraciones.

Se debe tener en cuenta que hasta bien entrado el siglo XVII el vino no se almacenaba en botellas, sino en barriles de madera o ánforas de barro, aunque las posibilidades de obtener la forma deseada del vidrio mediante el soplado, cortado, curvado y pulido, así como la aplicación del coloreado, adquiriese relevancia en la Antigua Roma.

Volviendo a los colores, los más oscuros se emplean en vinos que van a envejecer; y los claros o transparentes están destinados para destacar el color de los vinos jóvenes como los blancos y rosados, donde su consumo es mucho más cercano en el tiempo y no necesitan tanto tiempo de guarda.

Otro apunte histórico. En 1662, sir Kene Digby, de la corte inglesa, fue el responsable de la primera botella tubular de hombros caídos y cuello largo, teniendo además forma cilíndrica para su almacenamiento en posición horizontal, con un anillo en la parte superior que permitiría atar de madera.

Cada vez más están adquiriendo más protagonismo las botellas que tienen un volumen de vino inferior, tales como las de 37,5 centilitros (llamada Tres cuartos) y la de medio litro. Cada vez son más solicitadas en restaurantes o medios de transporte (avión y tren), sobre todo cuando uno va a comer o cenar sólo, ya que su tamaño y precio es inferior y genial para degustar sin compañía.

De cualquier forma, expertos del mundo del vino, como sumilleres o enólogos, consideran que la Magnum es la que más aglutina la optimización del contenido y el manejo en sala, cuando la celebración reúne a varios comensales.

Francisco Belín

Francisco Belín

Periodista

Periodista y escritor, coordinador de Gastronomía durante casi tres décadas del Grupo El Día. Actualmente lleva diversos cometidos de comunicación gastronómica específicos tanto en Canarias como en tierras peninsulares. Es también miembro de la Real Academia de Gastronomía emplazada en Tenerife.

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