¡Qué buen nombrete por cierto!
Debo registrarlo pero ya, ponerle su copyright para proyectos futuros e indeterminados, esos que se encierran en pequeñas imágenes e ideas como si fueran una colmena, que nunca habrán de estar condicionadas por las limitaciones de hoy, puesto que éstas no tienen por qué ser las de mañana. Eso puede resultar obvio pero hemos de repetírnoslo los emprendedores como un mantra para no sufrir en demasía a causa de la natural ofuscación que a veces se produce como resultado de levantar una idea. No se puede ser corto de miras, pero sí realista para comprender que las parras no son vinificables desde el día que las plantas, ¡pero lo serán!. Así que cuando eso pase, haz un buen vino con eso, uno que sea respetuoso y honesto, tan verdadero que resulte original, que exprese en la copa la alegría de estar vivo, que comunique y comparta y de ganas de compartir, del que esperes ansioso la añada próxima para viajar y pasarlo estupendamente en su deleite mientras abrazas ideas y tierras, pues para otra cosa no debe concebirse un vino.
A menudo creamos bocetos mentales, incluso mientras dormimos le damos formas nuevas y diferentes a nuestros proyectos; normalmente acaban por convertirse en poco más que en tema de conversación entre las visitas y amistades pero otras muchas, reciclamos, reutilizamos las ideas que nos llegan propias y ajenas y ésto termina por formar parte de la diversión y el reto de vivir, dotar, valga la redundancia, de nuevo aliento vital conceptos que en inicio desechamos o que nos resultaban altamente improbables. Al fin y al cabo no deja de ser esto de la vida, un proyecto casi artístico, con su evolución y su proceso creativo.
Cuando se piensa en hacer vino sucede algo muy similar. Es común encontrarse cuando bebes mucho, con vinos que no están bien concebidos, no se tiene una idea clara de la filosofía aplicada, de la capacidades de las uvas elegidas, de los perfiles de diferenciación o los parámetros de comercialización y sectorización de clientes potenciales a los que se dirige. Números y/o plus alma. Difícil equilibrio.
Pienso que lo más terrible para una persona que ama el vino es la aún imperante homogenización, beber vinos de diferentes lugares y tener la sensación de que siempre se bebe lo mismo, o se busca lo mismo porque quien corta el bacalao decide lo que mola y lo que mola es lo que va a venderse y por ende, producirse. Es fácil comprenderlo, vamos, facilito, como lo de la ley de suelo y los incendios, cosa de perogrullo pero que preferiríamos no saber …
Poder tener capacidad para viajar hoy en día es una gran suerte con la que está cayendo … Viajar, beber y comer bien y educarse, son en mi humilde opinión las únicas inversiones dinerarias que realmente merecen la pena en la vida y que dejan un altísimo rendimiento a largo plazo y no los planes de pensiones.
Cuando bebo vino de diferentes lugares, elaborado con otras variedades o las mismas bajo modos y vinificaciones distintas, de terroirs distintos, estos son, o deben ser, una forma de viajar, deben permitirme trasladarme sensorialmente a todos esos suelos, pendientes vertiginosas y laderas, a sus climas y filosofías que conozco, estudio e investigo, pero que aún muchas de ellas no tuve la oportunidad de visitar.
Los vinos tienen que tener la capacidad de trasladarnos al lugar del que proceden, a su idiosincrasia, tradición y naturaleza, no sólo porque es parte de la gastronomía, también y sobretodo porque es cultura y emoción, es disfrute y alegría, momentos, vivencias, ¡es viajar!.
Viajar con tus sentidos de manera deliciosa y experiencial y repetir lo justo, que ahí está la gracia de ser una nómada de las botellas.
Sara González Martín
Sumiller y T. Superior en Enología y Maridaje
Sumiller, Técnico Superior en Enología, Maridaje, Comercio y Marketing así como Docente de Sumillería de HECANSA en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo de Santa Brígida en Gran Canaria.