Agosto y yo que estoy en pseudo-vacaciones. No crean, a gusto. Aprovecho para leer de “forma selectiva”, zamparme libros adjudicados, incluso releer otros que me llamaron la atención en su día, caso del “Malos tragos” del contestatario Anthony Bourdain.
Se me ocurre temática sinfín poco antes de acometer este artículo, en mis repasos mañaneros recordaba lo de la cadena británica que reforzó sus cuadrillas “para responder a la creciente demanda de clientes que tienen poco poder adquisitivo”. Bastantes hamburguesas me tendría que embaular como para que se me nublara el juicio y no le encontrara el tranquillo a este juego peculiar de oferta y demanda.
En estos días, en los que hasta podría demostrar el movimiento de las lapas con operaciones matemáticas, hago mis cábalas acerca de la tan traída y llevada comida rápida. Resulta muy significativo que una especialidad como la ensalada césar (que hace décadas se servía en restaurantes de lujo) es hoy por hoy formato recurrente y mediocre en los establecimientos de la “cocina chatarra”, o como la quieran ustedes denominar.
La reflexión no es baladí si se tiene en cuenta que la implantación de unos artificios alimentarios que se han hecho sugestivos a la hora de imbricarse en el modelo de vida occidental –comida vertiginosa fuera de casa, a menudo en solitario y que sacie- están continuamente relacionados, según las instituciones y observadores sanitarios internacionales, con la obesidad.
Cada uno, en su momento existencial de la comida diaria, puede afianzar una mejora propia y de entorno si así se pone en ello; podría parecer diminuta, pero en realidad es inmensa. Entonces, cabría destacar dos actos que caracterizan el buen comer y que poseen una gran fuerza expresiva y de socialización: el consumo maduro e inteligente y ¡cocinar uno mismo de forma creativa!
No me refiero, ni mucho menos, a preparar una ensalada con rúcula de esas de cuarta gama (cortadas y lindamente envasadas), que ni el aderezo logra arrancar el sabor y textura a cartón.
«Al ralentí» estival, aprovechen para ojear. Para rápidas-rápidas, unas ciruelas claudias recién cogidas del árbol (si se terciara la ocasión).
El recordado Santi Santamaría ponía «a caldo de pota» toda manifestación de la considerada comida basura –y cómo no de la denominada “biomolecular”-. El mencionado Bourdain invita -si se tiene prisa-, a evitar comer una hamburguesa y sí apostar por un producto local, a lo mejor en una sartenada de lapas con un vinito del país o un bocadillo de pata.
A veces «arrepochado» en pensamientos y lecturas, quedan las incógnitas de adónde vamos a ir a parar en el frente cotidiano de la nutrición. Claro está también que con una morena frita tales disquisiciones pueden esperar.
Al menos hasta después del chapuzón.
Francisco Belín
Periodista
Periodista y escritor, coordinador de Gastronomía durante casi tres décadas del Grupo El Día. Actualmente lleva diversos cometidos de comunicación gastronómica específicos tanto en Canarias como en tierras peninsulares. Es también miembro de la Real Academia de Gastronomía emplazada en Tenerife.