La reinvención del soñador es un entrechocar constante de copas llenas y vacías, es un kilómetro cero crónico.
La gente que se mueve y hace, que apuesta por dedicar su vida a lo que mejor se le da, puede ser contemplada desde dos perspectivas bien diferentes. Una es desde la mirada romántica e idealizada, desde el yo quisiera, a mí me gustaría, pero no puedo, pueden ellos, pueden otros. Y es que encontrar el valor para hacer en exclusiva que tus sueños dejen de ser virtuales, implica valor, determinación, un titánico esfuerzo, vivir en una situación económica más que dudosa, un recomenzar infinito y claro … También la liberación de saber que tu vida no es un inerme jardín, sino un time lapse dónde tienes la obligación de, al menos, intentarlo. Intentarlo, sí. La mayoría de los intentos son un fracaso y eso debe ser asumido para cargar las tintas de nuevo y así evitar que el mundo deje de girar y nuestros días se conviertan en un dechado de mediocridad y silencios incómodos.
La otra perspectiva es la de la persona conformista, que también es, no sólo válida, sino necesaria. La gente que no necesita llevar a cabo sus sueños es absolutamente indispensable aunque sea políticamente incorrecto decirlo en voz alta, desempeñando lo que a nosotros nos parecen trabajos anodinos y monótonos, manteniendo cadenas y sistemas de compra-venta. Puede que algunos se sientan ahogados por el peso de la obligación, la dependencia y las circunstancias que pisotean su inteligencia y capacidades, pero no así otros. No queremos aceptar la existencia de personas que no esperan algo especial, sin querencia exacta por nada, sin encontrar ni buscar dentro de sí esa habilidad innata que les anime en secreto a volar y no sufren por ello. Comen, beben, y aman sin comer, beber ni amar nada en concreto y no se sienten infelices ni incompletos; la simpleza de los días y ese acusado rasgo que les define de no perder por nada el sueño y el hambre hace que vivan plenos, porque nada ni nadie les preocupa en exceso. Queremos los soñadores creer que somos más que aquellos, que vivir con pasión es la ley única y cierto es que se siente más y más herido se sale.
Intentar dedicar tu vida al mundo del vino, a menudo dominado por el sector masculino, a partir de los veintiocho y sin experiencia previa contrastable porque se quedó en el campo y aplicando un sistema de comunicación nuevo e identitario, es una arriesgada apuesta sin nombre, un ejercicio de valor, un sueño como tantos otros. Salvo modismos y tendencias, la ciencia del vino está escrita y apela al hueco de la formación gustosa y entretenida, de la vehiculización amena e integradora, recordar que hemos llegado aquí para saber y disfrutar, disfrutar sabiendo, saber disfrutando.
Generar oportunidades, luchar y morir en la lucha, seguir en la cuerda floja manteniendo el equilibrio es sólo posible gracias tanto a otros locos iguales a ti como a los que se complacen de una vida sin sobresaltos dónde el vino ni fu ni fa.
Ni lo entiendo ni lo comparto, pero lo veo, les veo vivir asépticamente sin frustración ni desaliento, entre Riojas y Riberas nada más, con falsilla bajo el folio para no torcerse, escribiendo con goma y lapicero, por si acaso, eso es, ¡por si acaso!.
El ejercicio del soñador es encontrar ese susurro interno que te grita ¡salta!. Y yo lo hago descorchador en mano.
Sara González Martín
Sumiller y T. Superior en Enología y Maridaje
Sumiller, Técnico Superior en Enología, Maridaje, Comercio y Marketing así como Docente de Sumillería de HECANSA en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo de Santa Brígida en Gran Canaria.