No vas a encontrarla, no hay letrero, ni marca, ni cartel. Su bastón es un cepillo, dice que apoya mejor porque es casi como un zapato y que a la calle lleva otro más fino. El largo pasillo desconchado esconde un estraperlo el cual colabora con la economía de esta anciana que luce orgullosa en la vitrina de su armario, la foto en blanco y negro de un jovencísimo Braulio, voz y emblema de estos parajes, no llegando eso sí, al parangón de su queso y su cuajo de flor… resulta ser que era familia de su suegra.

Su suegra fue la auténtica alma máter de estos dulces, según ella misma, sólo se considera la pinche, cuenta esta mujer menuda, que ella sólo pesa las cantidades, tamiza el harina, muele la almendra.

Al menos seis tipos diferentes, de pintitas, mantecado, canela, pasas, almendra… saben diferente, lucen diferente en las enormes cajas de lata sobre la mesa, ordenados e incitantes, sin precinto de garantía y sin guantes ni pinzas. ¡Cómo habremos sobrevivido a la ausencia de trazabilidad!

Me veo como una niña otra vez con los cinco duros en la mano ante la puerta del quiosco con la diferencia de que ahora la cabeza me da vueltas pensando en los vinos que bien sabría yo maridar con estas exquisiteces “handmade”.

Muchos hijos que alimentar, los dulces significaban una entrega de tiempo imposible de asumir y el auténtico sabor que Maruca ponía en Guía casi pasa a la historia. Hoy, uno de aquellos hijos conoce los misterios insondables de las viejas recetas, que incluso alguien le quiso comprar, y ella, sigue siendo su pinche.

Una tabla plastificada te avisa del pago, por cinco dulces tanto, por diez cuanto. Si no lo trajiste justo pues coge otro dulce y en paz, así da el cambio Maruca.

Te aviso, porque no vas a encontrarla, no hay letrero, ni marca, ni cartel. Busca a alguien de Guía y dile que te lleve hasta su puerta de tea, tendrás que esperar a que esta casi nonagenaria mujer cruce su largo pasillo apoyada en su cepillo, bien merece la pena, te lo digo yo.

Sus dulces saben al ayer, a infancias y tradiciones que no fueron las mías, pero si parecidas, la mujer con su bata bien podría ser mi abuela, que también hacía rosquillas y moritos allí en mi tierra… el azúcar de Guía lo pone Maruca, y ojito, que Braulio te mira desde la vitrina.

Sara González Martín

Sara González Martín

Sumiller y T. Superior en Enología y Maridaje

Sumiller, Técnico Superior en Enología, Maridaje, Comercio y Marketing así como Docente de Sumillería de HECANSA en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo de Santa Brígida en Gran Canaria.

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